Monday, April 23, 2007
El nuevo ascensor del Museo del Prado
Se trata de un gigantesco ascensor nuevo sube y baja por las tripas del nuevo edificio del Museo del Prado.
En su interior caben 120 personas, pero no es eso lo que importa. Al fin y al cabo, la mayoría de los que lo van a coger ya están muertos. Muertos y retratados al óleo. Porque el prodigio mecánico del que tan satisfechos están en la dirección del museo será sobre todo para transportar obras de arte.
Dicen que es el montacuadros más grande de Europa y uno de los más grandes del mundo. Y, desde luego, el tamaño impresiona.
Iluminado con 12 faros fluorescentes, son 34,2 metros cuadrados de superficie los que ocupa: 7,5 de longitud por 4,56 de profundidad y hasta 4,20 metros de altura tiene la cabina del monumental elevador.
Para que se hagan una idea, en el hueco del montacuadros cabrían hasta 21 ascensores convencionales como el que puede haber en su casa o en su oficina, con capacidad para transportar seis personas y potencia para subir unos 450 kilos. Éste puede elevar hasta 9.000 kilos.
«Estamos muy contentos. Por su capacidad y por su peso, el nuevo montacuadros nos va a ayudar mucho en el traslado de obras de arte», explica Judith Ara, coordinadora general de conservación del museo. Muchos cuadros ya no tendrán que salir del museo para cambiar de sala o pasar al taller de restauración como ocurría hasta ahora. Incluso los 3,90 metros de alto por 6,01 de largo -más medio metro aproximado de marco- de El fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert, considerado por Ara uno de los cuadros más grandes, si no el más grande de los más de 7.000 que conforman la colección del Prado, podría ser llevado en el nuevo montacargas.
Hasta la instalación de este gigante, que ha costado 339.648 euros, el Museo del Prado funcionaba con dos montacargas: uno de 4,98 metros de largo por dos de profundidad y capacidad para levantar 5.000 kilos y otro, más pequeño, de 2,70 metros de largo por 1,49 de ancho y capacidad para 1.000 kilos.
El hueco del ascensor, con los manojos de nervios que lo sujetan (haces de ocho cables de acero del grosor aproximado de una zanahoria cada uno), ya resulta llamativo. Pero tal vez lo que más asuste sean sus puertas. Las ocho hojas que lo cierran tardan casi 10 segundos en abrirse completamente y se elevan por encima de uno hasta una altura aproximada de lo que casi sería un segundo piso en un bloque de viviendas.
La ampliación del museo -las partes de uso público ya se pueden visitar durante los fines de semana desde ayer y hasta el 1 de julio, aunque la inauguración oficial será en octubre o noviembre- permite además que los cuadros que vengan de fuera del Prado o que salgan como préstamos temporales no tengan que ver la calle. Los camiones podrán entrar hasta dentro de las instalaciones del museo.
Escenas de operarios llevando cuadros a pulso o de pinturas, embaladas y sin marco, subiendo por las escaleras exteriores de la Puerta de Goya para ser cambiadas de planta, como ocurrió en 1998 con La Adoración de los Magos de Rubens (3,52 metros de alto por 4,96 de largo), tenderán a desaparecer con el nuevo ingenio, que comunica los almacenes con las salas de exposiciones, el muelle de carga y descarga de los cuadros, la sala de radiografías y el remozado taller de restauración.
«Se gana en seguridad, en tiempo, en comodidad y en conservación de los cuadros», comenta Ara.
El montacargas, fabricado por la empresa vasca Orona, del grupo Mondragón Corporación Cooperativa, no podría, sin embargo con cualquier cuadro. Una obra como el Guernica de Picasso (3,49 metros de alto por 7,76 de largo) sólo entraría en diagonal y el que seguro que no cabría es el considerado mayor cuadro del mundo sobre lienzo, El Paraíso de Tintoretto, con 7,45 metros de alto por 24,65 de largo.
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